Contraeditorial






















La hora del Adios










 


A diferencia de todas las demás especies animales, el hombre es el único que tiene conciencia de la finitud. El saber que todos nos vamos a morir nos obliga a encomendarnos a la tarea de vivir con propiedad. La muerte es un enfrentamiento constante que nos vuelca hacia la vida.


Para la antropología, el pensamiento simbólico aparece asociado a la experiencia de la muerte, la cual emerge como tal en el momento en que sabemos de que somos seres que nos extinguimos. En cierto sentido, para la antropología, el hombre en tanto que hombre, aparece cuando aparece la muerte. Ahora bien, la muerte como experiencia, es en este caso, la condición de posibilidad de sobrevivir a la simple desaparición. Los ritos funerarios y el culto a los muertos, son expresiones de una manera de trascender la aniquilación. Quien no está, sigue aún en la comunidad. La comunidad no ha sido destruída pues sus miembros se articulan y se reunen en la memoria, esto es quizás aquello que da sentido a las prácticas vinculadas a la muerte. Morir no es un simple perecer, morir es abrirse a la existencia, y la muerte en tanto que tal, la prueba de que la comunidad de los vivos al someterla a rituales, puede vencerla.

 

Lo recogido por la antropología también vale de alguna manera para la filosofía. El pensamiento occidental desde Platón a Levinas, está trazado por la idea de la muerte. La muerte es la condición de aparición del sujeto, la experiencia o la no-experiencia de la muerte, es aquello que arroja a cada persona a vivir y a desear su auntencidad. La muerte es siempre nuestra muerte, pero no tenemos experiencia de ella sino que cuando son los otros aquellos que se mueren...

 

La muerte, aquella última estación, nos vuelca sobre sí mismos no sólo como individualidad, sino que ante todo, como comunidad. Es por esto que la hora del adiós, el último saludo, no puede no ser sino el encuentro entre nosotros y aquél otro que ya no es. Intercambio imposible en el cual, el más otro de todos los otros, Dios, vigilante y observante, se oculta para mantener en secreto todo aquello que el silencio no podrá jamás nombrar: que ahí yace uno de nosotros, que ese otro se nos ha ido, y que nosotros hemos sido convocados en su nombre para restituir una pérdida irreparable. Adios, ante Dios. Adios Felipe Zuñiga, ante Dios, Cazaut.




"Adeu" de Vasili Kansinski







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