Cabeza de Pelota










 


 




 


Eppur si muove


 





Por Sicarii


El calor está inaguantable. Hace unas semanas que el termómetro no baja de 30º grados, incluso a las 21:30 hay cerca de 30º. El verdadero infierno se desató en Santiago, sin aviso, ni armagedones, ni mesías, ni anunciaciones, ni nada, sólo con las llamas del infierno que nos queman la espalda. De hecho ni siquiera es necesario estar a pleno sol para sufrir, basta con existir, si hasta dentro de mi casa entra sol, no sé por dónde, pero el living parece playa de la Serena, o peor, Valle del Elqui. Me bronceo hasta durmiendo.

Pero como uno que es guerrero del balón y por eso no le teme en nada al agobio estival, con mis amigos nos dispusimos a jugar una pichanga. Partimos a las 19:00, para terminarla a las 20:30. Botellas de agua, un par de monedas, zapatos de fútbol, canilleras, la camiseta del Liverpool, y las ganas; todo en orden y de la manera que tiene que ser. No teníamos idea que en ese momento en Santiago había 31º grados, pero apenas llegamos a la cancha y tocamos el cemento del suelo, nos dimos cuenta de inmediato que una caldera de tren estaba más fresca, con decirles que las suelas de los zapatos se nos quedaban pegadas a la cancha. Nada de eso nos amilanó y decidimos jugar igual. El mayor problema es que un amigo se demoró 30 minutos en llegar a jugar, así que partimos con uno menos y esfuerzo extra.

Creo no tener que contarles que, los primeros minutos, el aire nos faltaba como lazarillo al ciego, no podíamos siquiera caminar. Teníamos sudando hasta los pensamientos y las muelas, pero de todas formas no parábamos de jugar. El agua se hizo escasa a poco de comenzar el partido, y encima veíamos a una señora regando el jardín, quien, impía, no nos ofreció un miserable manguereo. El resultado del partido da lo mismo (sobre todo porque perdimos), lo importante es el temple que mostramos al desafiar a la naturaleza y a nuestros propios cuerpos y mentes, que, aparentemente limitados, cuando se trata de jugar a la pelota, se desencadenan como titanes griegos y soportan los embates divinos.

He ahí lo importante, la pelota no es sólo una esfera de cuero que hay que encajar en un arco, es una representación de los vaivenes de la vida. Paso ahora a explicar la cosmología: La cancha es la vida misma; los rivales son las personas con las que hay que lidiar, sin ser un desalmado, basta con eludirlos; los compañeros de equipo son los amigos y la familia, hay que saber apoyarse en ellos y saber ser apoyado, chutear todos para el mismo lado; la pelota, como dije, son los vaivenes, lo que se hace necesario dominar para pasar bien por la vida, a veces hay que darle para adelante, a veces retenerla, a veces tirarla para afuera, y en contadas ocasiones, llevársela y meterla en la meta, en el logro, en el arco.

Por eso nuestras ganas de jugar, incluso con 31º grados, o en el infierno mismo, porque no se trata de un partidito, no se trata de una simple actividad para entretenerse, no es banal ni fútil, es por nuestra vida por lo que jugamos, es por nuestro avanzar hacia la iluminación futbolera-vital, algo así como el yoga para buda, como el nirvana o la meditación zen. El universo, hermanos, nos tiene a nosotros en el medio, como soles, jugando a la pelota, un verano, con nuestros amigos.


 

 
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