Cabeza de Pelota










 

CABEZA DE PELOTA


Por Sicarii



Odio a mi padre




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Si hay algo que le envidio a mi padre es haber ido a una final de Mundial. Él fue el año 1962 con mi abuelo, a la gran final entre Brasil y Checoslovaquia. El marcador fue 3-1 a favor de los sudamericanos y 10.000-0 a favor de mi papá y sus recuerdos deportivos en mi contra. Por supuesto yo he ido a finales del fútbol nacional, y a finales internacionales donde jugaron equipos chilenos, hasta de la Copa América, pero ni se compara con haber asistido a la final del campeonato más importante del mundo. Más encima con dioses en la cancha, como Djalma Santos y Garrincha por Brasil (recordemos que Pelé estaba lesionado) y Jelinek por los checoslovacos.

Claro que en esa ventaja que me tiene mi padre en asistencia ha tenido harta responsabilidad él mismo, ya que mi abuelo lo llevaba a ver fútbol todos los fines de semana y mi papá nos habrá llevado a unos cinco partidos en total a mí y a mis hermanos. Incluso he llegado a creer que lo hizo a propósito para que su gigantesca ventaja no se viese amenazada y así tener algo de lo que jactarse eternamente por sobre nosotros. Él dice haber visto, además del mundial del ’62, al Santos de Pelé, al Real Madrid de Di Stéfano, a Independiente de los 70’s, a la Hungría de Puskas, si hasta al Colo Colo del ’73 lo vió. Incluso estaba el día del famosos gol del “Se pasó, se pasó” de Caszely. De hecho, en algo que no le creo mucho, pero mi papá no es mentiroso así que debe ser cierto (aunque la envidia me coma las entrañas), me cuenta que él mismo y un “amigo apodado “el cazuela” fueron los que empezaron a corear “¡se pasó, se pasó!”, y el estadio entero los siguió, en una de las escenas más recordadas en la memoria futbolera nacional.

No saben cómo odio a mi padre por eso (que me perdone), pero es que yo no tengo ningún recuerdo desbordante en mi memoria futbolística. Tengo triunfos y derrotas, golazos y autogoles, faltas descalificadotas y piscinazos dignos de nadador olímpico, pero nada tan estridente y glorioso como ir a una final del mundo o empezar un coro y que 50.000 personas me sigan. Lo más cerca de eso ha sido ir a un campeonato donde jugaba mi colegio, y en la barra gritar: “¡Madrúgalo!” y que el coro de la barra me responda con un poco decoroso: ¡Hue…., hue…!, y tener que hundirme entre todos para que la cara de farol en rojo pasara un poco más piola.

Esa es otra de las razones por las que me gusta MZ y el PS2. Mi papá no sabe ni encender el computador, y el PS2 para qué les cuento, piensa sólo que es una pérdida de tiempo. En el mundo virtual soy un astro del fútbol, mi viejo ni se compara conmigo, en MZ he salido campeón, presencio los partidos más importantes de la temporada, disputo copas, incluso le he ganado a selecciones, y por goleada. Mis recuerdos cyber-futboleros son enormes, llenos de algarabías, triunfos, emociones y penas. Grandes jugadores y técnicos, grandes hinchadas y partidos, derrotas y copas. Cosas que mi padre jamás presenciará, recuerdos que se quedarán conmigo para siempre, o al menos, hasta que vaya a mi propia final de Mundial.


 

 
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