ContraEditorial: Barcelona, Gaudí ®
Crónicas desde el exilio
Barcelona, Marca Gaudí ®
Las ciudades -centros urbanos que concentran grandes poblaciones- se caracterizan por el sello que imprimen sus habitantes. Las calles al par que conducen a los sujetos por sus zonas, hacen que estos últimos se inscriban en ella. Quizás eso sea aquello a lo que se le llama: “habitar”, a saber, al poder hacerse histórico, al poder devenir sujeto de la historia, al poder ser un pliegue en las sendas que conducen a todos y a ningún lugar. Pues, cuando las pisadas manchan, uno puede decir: “yo estuve aquí”, o cuando otro puede decir: “él estuvo aquí”, entonces, y sólo entonces, podemos decir: “hemos vivido en tal lugar”.
Los fantasmas que recorren Barcelona, una de las ciudades más importantes de Europa, llaman de manera casi unívoca al espectro de Gaudí. Las calles llevan su nombre, conducen hacia su nombre. Desde la tierra hacia el cielo, sus obras emergen como si quisieran reconciliarse con la cólera de Dios. En efecto, desde el Güell Parc hasta la Sagrada Familia, o desde la casa La Pedrera hasta las baldosas del Paseo de Gracia… Todo Barcelona lo busca y lo llama.
Gaudí desde mi mirada: un intento por apaciguar la cólera de Dios
Escribiré sobre Gaudí sin saber de él, sé que es “Modernista”, que esa es la corriente artística en la que se lo conjunta. La verdad es que pasaré de ello, no se mucho de estética, de arte y lo que lo rodea. A pesar de ello, intentaré conciliar mis conocimientos con las impresiones de algunas de las obras arquitectónicas que pude visitar.
Me parece que en Gaudí todo emerge de la tierra, en efecto, la naturaleza parece reconciliarse con la cultura bajo formas que no sólo la imitan, sino que la recrean hasta elevarlas a la categoría de arte. Todo brota desde el suelo, bajo las piedras como “iceberg” que sale a la superficie, la naturaleza desborda sus formas, crea edificios, parques, paseos, etc. No sé muy bien la cronología de su creación, no puedo permitirme dar una opinión estructural del desarrollo de su obra, lo que sí me parece, es que bajo la creación de cada modelo arquitectónico se encubre una gran “mancha”.
Es cierto, la Modernidad se caracteriza por la secularización. No sólo se trata de volver el tiempo a la vida del hombre, sino que de devolverle la capacidad inventiva y creativa a la humanidad en su conjunto. No se trata de sostener que antes el hombre no creaba, claro que creaba, pero imitando la perfección de la naturaleza. El modelo de las naves voladoras de Leonardo así nos lo dicen: el vuelo del pájaro es la base de la investigación. Sin embargo, contra Leonardo, el vuelo se inició con los hermanos Wrigth, quienes para volar pusieron un elemento no habido hasta ahora en la naturaleza (un motor). En la Modernidad, la verdad del mundo y su perfección, no se encuentran desde ya en un afuera, en algo otro (incluso Dios), sino que está dentro del intelecto.
En Gaudí aparece todo esto, la naturaleza es perfectible, sus edificios emergen como si nacieran del barro, sin embargo, algo más perfecto que el barro les da forma. Güell Parc, La Pedrera, casa Botllò. Me parece que en todas ellas se dan las mismas características: rozar lo profano, desafiar a la más perfecta de las obras de Dios. Quizás a partir de este desafío es que nace la culpa y la necesidad de La Sagrada Familia… No lo recuerdo muy bien, no sé donde lo leí, cierto es que un tipo que no era en modo alguno occidental, decía: “Occidente sufre por no tener proyecto, por haberse abandonado al proceso de secularización. Efímero como el instante, Occidente desaparece día a día al dejar de construir catedrales, pues éstas, representaban para la cultura europea, el único intento por el cual hacían comunidad”.
Quizás La Sagrada Familia sea el último intento de Occidente por reconciliarse con su historia. Una obra proyectada para doscientos años, una catedral que emerge desde la tierra con formas de espinadas montañas que llaman a Dios. Llena de formas, como cuadros salidos de los techos interiores, las fachadas son obras de arte que nos muestran lo no visto en la actualidad: los dioses de una cultura que avanza hacia su desaparición. ¡He ahí el hombre! Un Cristo crucificado mira por la fachada occidental hacia una plaza, por el otro lado, ángeles y vírgenes que habitan la alegoría de un mundo presto a desaparecer, llaman a la memoria de los paseantes.
La culpa de un mundo que ha transgredido las formas, la culpa de un creador que ha desafiado la más perfecta de las obras: la naturaleza. Sólo eso puede levantar una obra tan monumental como La Sagrada Familia. Sin embargo, el intento de Gaudí sólo ha sido eso: un intento, pues no ha parado el proceso de secularización, el cual se ha extendido hasta el infinito incluso cobrando entrada por visitar la otrora casa de Dios. La última gran obra, la última gran catedral construida durante los últimos siglos ha terminado por rendirse también a la especulación y el dinero, los cuales vueltos sobre la alianza entre turismo y consumo, nos hablan que los dioses también nos han abandonado…
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