En
las agitadas calles de Marsella, donde el fútbol es una religión entre
la marabunta de personas y vehículos que conceden a la urbe un punto
caótico, se respira un clima de euforia que no existía desde hace años. Y
es que el Olympique, tan simbólico como la basílica de Notre-Dame de la
Garde, dominadora de la ciudad desde las alturas del viejo puerto,
vuelve a alzar el vuelo tras un prolongado periodo de letargo. El origen
del despegue reside en su banquillo. Desde allí, tras unas lentes de
bibliotecario, Marcelo Bielsa ha enderezado a un club que hoy día
comanda la Ligue 1 y tutea al poderoso PSG, al abrigo de los jeques, amo
y señor del campeonato en las dos últimas campañas.
Genuino como
pocos, Bielsa ha revolucionado al equipo, líder del torneo, desde la
singularidad que siempre le ha caracterizado. Recluido en la ciudad
deportiva —vive allí, a excepción de cuando recibe la visita de sus
familiares y se aloja en un hotel del centro—, su método pétreo ha
sacudido todos los estratos de la institución, la más popular del fútbol
francés. Su sello tiene reflejo en el casillero —el Marsella manda
después de enlazar siete triunfos consecutivos y es el conjunto más
realizador del campeonato con 23 goles en nueve partidos—, el método de
trabajo y la transformación de un estilo que hasta hace poco hacía
bostezar a la hinchada del estadio Vélodrome, encapotado ahora por una
cubierta curvilínea.
Sin embargo, esa mutación viene acompañada
del peaje que requiere toda reforma llevada a cabo por Bielsa, que ya
dejó huella en Argentina, Chile o el Athletic. Su procedimiento choca en
Francia desde el instante en el que se coloca frente a un micro
—insatisfecho, ha recurrido ya a cuatro traductores para que su mensaje
no contenga interferencias idiomáticas— y, con un discurso tan monótono
como elaborado, dispara. “El presidente asumió conmigo compromisos que
sabía que no iba a cumplir”, se quejó a principios de septiembre, cuando
el equipo no terminaba de despegar, con un empate contra el Bastia y
una derrota ante el Montpellier en los dos primeros partidos. “Las
realidades que me toca afrontar, si me son planteadas sinceramente, las
acepto. En caso contrario, me genera rebeldía”, protestó ante el asombro
de los reporteros.
“Nunca
nos mira a los ojos cuando responde. Esto nunca había ocurrido en
Francia. Siempre tiene la cabeza gacha, como si estuviera avergonzado”,
apunta Florent Germain, periodista local solapado a la actualidad del
OM. “Pero nos ha ganado a todos: prensa, jugadores, aficionados... Todo
el mundo está encantado con él”, agrega. Al aterrizar en Marsella,
Bielsa entregó un listado de 12 fichajes a su presidente, Vincent
Labrune. Entre ellos figuraban Jara, Manquillo, Montoya, Tello o Medel,
pero ninguno se vistió de blanco y celeste; llegaron sólo un puñado de
futbolistas de nombre discreto; y por si fuera poco, el técnico
argentino tuvo que paliar la marcha del internacional francés Valbuena,
ídolo e hilo conductor del juego. Pese a todo, logró darle la vuelta al
calcetín y ha perfilado un equipo muy atractivo que suele emplear un
3-3-3-1 o un 4-2-3-1, con 11 miembros fijos, y que presiona desde muy
arriba, alejado del repliegue defensivo impuesto por Didier Deschamps y
Elie Baup, sus predecesores.
“Se entrega siempre al cien por
cien”, desliza Harold Mayne-Nicholls, presidente de la Asociación
Nacional de Fútbol Profesional de Chile y que en su día seleccionó a
Bielsa para dirigir al combinado andino. “Es un hombre de palabra. Tiene
muchos conocimientos no sólo del fútbol, sino también de la vida. Le da
el mismo trato al empleado más importante y al más humilde”, añade el
directivo. Y desde esas bases carbura el Olympique, cuyos jugadores
quedaron impresionados y admitieron tras la pretemporada estar agotados
por el espartano sistema de entrenamientos de El Loco y sus ayudantes.
Ahora lo agradecen. Sobre todo el artillero Pierre-André Gignac, que del
sobrepeso y perder su hueco en la selección francesa ha pasado a lucir
una figura atlética y a ser el mejor depredador del campeonato con nueve
goles, cuatro más que Ibrahimovic, tótem del PSG.
“Vine aquí
para ver el Vélodrome lleno”, dice Bielsa, jaleado y encumbrado por los
67.000 seguidores del recinto, que desde la época dorada de principios
de los noventa, cuando su equipo enlazó cuatro cetros ligueros con los
goles de Jean-Pierre Papin, sólo han celebrado un título liguero (el de
2010). Aspiran a hacerlo de nuevo con el argentino, que firmó por dos
años —la ley francesa exige este mínimo— y tiene un pacto con su
presidente para, si lo decide, abandonar la entidad al término de esta
campaña. “Yo pedí un año. Es un acto de consideración hacía la
institución. Un contrato a largo plazo protege más al entrenador que a
la institución”, aduce el preparador, cuya fórmula ha sumido a Marsella
en una bendita locura. Y la ciudad, futbolera como pocas en el país
galo, lo celebra por todo lo alto, al grito de: “¡Bielsa! ¡Bielsa!
¡Bielsa!”.