Ocurrió en un partido entre Perú y Argentina, clasificatorio para los JJ.OO. de Tokio. De acuerdo a los conteos oficiales 328 personas fallecieron.
"La
policía no soltó a los perros, pero sí dejó que lo mordieran y que le
rompieran la ropa", recuerda el legendario futbolista peruano Héctor
Chumpitaz: "A la gente no le gustó la manera en que estaban sacando al
aficionado de la cancha. Los volvió locos".
Chumpitaz
jugó más de 100 veces por Perú, incluso fue el capitán del seleccionado
en dos Copas del Mundo, pero estuvo cerca de no llegar nunca a una. En
su trayectoria aparece el partido jugado el 24 de mayo de 1964 frente a
Argentina, de clasificación para los Juegos Olímpicos de Tokio. Un
partido que registró la peor tragedia en la historia del fútbol, con más
de 300 muertos.
"Nunca supimos que hubiera pasado si lo hubieran
sacado de una manera pacífica, pero no podemos saberlo ahora. En
realidad, no puedo explicarlo", reflexiona. Tras la tragedia, Chumpitaz regresó al pueblo en el que nació, en el sur de Perú. Tenía 21 años y pensó en dejar de jugar.
"Después
que llegamos a los vestuarios hubo personas que salieron y cuando
regresaron nos contaron que había dos muertos. ¿Dos muertos?,
preguntamos, pensando que uno ya hubiera sido demasiado", reconstruía en
su mente. "Estuvimos allí por dos horas antes de que pudiéramos salir, así que no supimos la magnitud de lo que estaba pasando", siguió.
"Regresando
hacia nuestro lugar de concentración íbamos escuchando la radio y
hablaban de 10, 20, 30 muertos. Cada vez que salían las noticias el
número aumentaba: 50 muertos, 150, 200, 300, 350...". La cifra oficial no alcanzó a los 350, pero no estuvo lejos de ese número.
La chispa que detonó la rabia
Perú
confiaba en obtener un resultado positivo ante Argentina. Una victoria
lo hubiera dejado cerca del objetivo de clasificar, pero un empate
tampoco era un mal resultado.
"Pese a que estábamos jugando bien,
ellos se adelantaron", recuerda Chumpitaz. "A partir de ahí comenzamos a
atacar y ellos a defender. En una jugada un defensor argentino fue a
rechazar una pelota, pero mi compañero Kilo Lobatón levantó la pierna y
el balón golpeó en él y terminó en gol. El árbitro consideró que había
sido falta y anuló el gol. Esa fue la razón del descontento en la
grada".
Dos aficionados invadieron la cancha. El primero, un
barra conocido como Bomba, trató de pegarle al árbitro, pero fue
controlado por las fuerzas de seguridad. El segundo tuvo menos suerte.
Edilberto Cuenca fue brutalmente reducido por la policía.
En
segundos comenzaron a salir proyectiles desde la tribuna contra la
policía, mientras una veintena de aficionados trataron de llegar a la
cancha.
Jorge Salas, quien tenía entonces 24 años, estuvo en el Estadio Nacional. "Tratamos
de salir a la calle, pero las puertas estaban cerradas. Dimos la vuelta
y comenzamos a subir hacia la tribuna, pero la policía comenzó a lanzar
bombas lacrimógenas. La gente trató de escapar hacia el túnel, pero ya
estábamos nosotros", contó Salas.
Tres de las seis puertas de la tribuna Norte estaban cerradas. Salas cree que pasó unas dos horas en la avalancha humana, sin tocar el suelo con sus pies.
Furia en las calles
Los
registros establecen que la mayoría murió por asfixia, pero lo que
separa esta tragedia de las otras ocurridas en otros estadios es lo que
pasó a continuación, en las calles aledañas.
"Unos amigos de mi
barrio pasaban y lograron verme. Yo era flaco, así que pudieron sacarme
de la muchedumbre. Pero entonces comenzaron los disparos y todos
empezaron a correr. Los disparos eran afuera, las balas venían de todas
partes. Corrí y no miré hacia atrás".
El caos creció. La multitud
enfurecida arremetió contra la violencia policial. Las informaciones
del día hablan de dos agentes muertos, pero el juez designado para
investigar la tragedia nunca registró a alguna víctima por armas de
fuego.
Otro magistrado, Benjamín Castañeda, fallecido hace unos
años, contó muchos años después, en el año 2000, que esa tarde recibió
el dato de que se habían llevado los cadáveres al Hospital Loayza, en el
centro de Lima.
"Me apuré en ir al hospital. Cuando estaba
entrando vi salir a una camioneta fúnebre, pero no le hice caso. Llegué
hasta el depósito donde había alguien que conocía", explicó. "Le
pregunté si había dos cuerpos con heridas de balas. 'Sí', fue su
respuesta, 'pero se los acaban de llevar'. No tengo dudas de que en esa
camioneta iba un agente de la policía o un funcionario del Ministerio
del Interior".
Castañeda fue el encargado de liderar la
investigación para esclarecer los hechos que ocurrieron esa tarde y años
después concluyó en su informe judicial que en la investigación oficial
del gobierno no se refleja el número real de muertos, "basado en las
sospechas bien fundadas de la desaparición secreta de aquellos que
murieron por balas".
50 años después
Cinco
décadas después Perú recuerda a las víctimas de aquella tarde, a las
328 personas que murieron, pero todavía quedan muchas cosas por
esclarecer. Lo que es cierto es que el número de responsables de lo que ocurrió se puede contar con los dedos de una mano.
El
comandante de la policía Jorge Azambuja, quien dio la orden de lanzar
los gases lacrimógenos, fue sentenciado a 30 meses de cárcel. El otro
fue el juez que lideró la investigación, acusado de haber entregado su
informe seis meses tarde sin haberle practicado la autopsia a todas las
víctimas.
El ministro del Interior, Juan Languasco, quien fue
acusado por Castañeda de ser el arquitecto de la tragedia, nunca
enfrentó cargos en su contra.
"Pregunté en todas partes sobre los
cadáveres, pero nunca pude encontrar nada. Algunos me decían, sin
confirmación oficial, que habían sido enterrados en el Callao", lamentó
Castañeda.
Tras buscar en los archivos de la época, el Instituto
Peruano del Deporte ha invitado a todos los familiares de aquellos
afectados a una misa este sábado en la catedral de Lima.
Todavía
no hay ninguna placa en el Estadio Nacional en recuerdo del peor
desastre de la historia del fútbol. Pero los trabajadores allí aseguran
que, de vez en cuando, aparecen los fantasmas.