Un Poco de Historia










 


 







 




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Iván Zamorano Zamora nació el 18 de enero de 1967. Apenas superaba los tres años cuando su familia se trasladó a la comuna de Maipú, escenario que será trascendente en su historia deportiva. Fue por esos años, en 1970, cuando su padre lo inscribió en el club Cultural Villa México. Los integrantes de la segunda infantil de esa institución fueron testigos de los primeros pasos que dio en el fútbol un niño conocido como el "Piojo".

A los 10 años el pequeño deportista fue transferido al club Benito Juárez. En esa época cubría incluso la plaza de zaguero central, posición dentro de la cancha que su delgada y esbelta figura hacía parecer como una opción inteligente. Sin embargo, su amor era el gol y su talento el romper mallas.

La historia parece similar a la de muchos niños chilenos. Sin embargo, era evidente que la seriedad con que Iván enfrentaba el fútbol no tenía comparación con la actitud que mostraban sus pequeños compañeros.


La historia siguió su curso, en 1985 el Benito Juárez transfirió a su joven promesa a Cobresal por sólo 35 mil pesos. Cumplida la negociación, Zamorano debió emigrar a la Tercera Región, al campamento Minero de El Salvador

Su llegada no pasó inadvertida. Manuel Rodríguez, quien era el entrenador de Cobresal, comentó que la primera impresión que tuvo de Iván fue la de un tipo agrandado, muy seguro de sí mismo y dispuesto a cualquier sacrificio para cumplir el objetivo de ser una estrella. En ese lugar recibió su primer sueldo, seis mil pesos.

Claro que las cosas no resultaron fáciles. El técnico decidió que el jugador debía partir a otro equipo menor a ganar experiencia para ser un verdadero aporte en su equipo. Los dirigentes mineros lo prestaron a Cobreandino, que por entonces militaba en la segunda división. Ahí fue donde el delantero se inició definitivamente en el fútbol rentado.

Iván luchó como guerrero y entregó su mayor esfuerzo mientras jugó en los "potreros". Corrió como si la vida estuviera en juego y gritó emocionado cada una de sus conquistas, 27 en total.

Semejante despliegue de "artillería" fue suficiente para que Manuel Rodríguez lo llamase de vuelta al campamento minero. Volvió como un goleador consagrado, como si alguien en el cielo lo guiara hacia las mallas. Quería ganarle definitivamente a la vida, siempre con la frente en alto, sabiendo que su meta estaba todavía muy lejos. Su madre y su hermana viajaban todos los fines de semana en bus para presenciar sus tantos y apoyarlo.

En Cobresal fue demostrando su valor a punta de goles. En dos temporadas sumó una Copa Chile y anotó 35 veces. Fueron tantos, que no pasaron inadvertidos, ni dentro del país ni en el extranjero. De otro modo no se explica que un jugador del Cobresal de la década de los 80 hubiese cambiado el desierto por las montañas suizas que rodean Saint Gallen.



El responsable directo de su traspaso a Europa fue el empresario Vinicio Fionarelli, que le entregó a Cobresal 350 mil dólares por el pase del goleador. A los 20 años Iván llegó al Bologna, donde no fue bien recibido por el técnico, que lo discriminó y prescindió de sus servicios. Fue cedido rápidamente al Saint Gallen, club donde jugaría tres temporadas.

El cambio no fue fácil. Al principio ni siquiera entendía las instrucciones del técnico, Marcus Free. Pero su empeño no tiene límites. Mediante clases particulares aprendió alemán y un poco de italiano, lo suficiente para ambientarse de manera rápida a su nueva realidad. El triunfo no se hizo esperar.

En las canchas suizas se fortaleció físicamente, adaptándose al rigor de las competencias europeas. Respondió dentro de la cancha hasta convertirse en todo un suceso.

Marcó 34 goles con su nueva camiseta. Mostró fuerza, garra, pasión y motivación. Fue bautizado por la revista "Güerin Sportivo" como "Iván il temmible". Rompió redes, azotó las porterías rivales, demostró que estaba para jugar en cualquier parte del mundo y que su límite seguía lejos.

Fue así como partió nuevamente, dejando atrás muy buenos recuerdos. El Sevilla puso sobre la mesa 2.5 millones de dólares y se llevó al terrible goleador, que había sido pedido expresamente por el técnico Vicente Cantatore.





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La presencia del técnico chileno-argentino en la banca del Sevilla fue fundamental para que España le abriera sus puertas a Iván.

No fue una decisión fácil para el entrenador. Necesitaba un delantero que hiciera dupla con el croata Davor Suker, pero no estaba seguro de contratar a Zamorano. Las dudas crecieron cuando viajó a Suiza para verlo jugar por el Saint Gallen. Asistió a dos partidos, pero el delantero no anotó goles y tuvo un discreto cometido.

El mejor aliado del goleador fue su compañero de ataque, Hugo Rubio. Conocía a Cantatore, porque estuvieron juntos en Cobreloa, años antes. Una larga conversación terminó de convencer al técnico y pavimentó el camino de Zamorano hacia España.

En 1990 dejó para siempre Los Alpes y partió a probar suerte a un medio mucho más exigente.

No fue todo lo que esperaba, por lo menos al principio. El equipo no andaba bien y su rendimiento distaba del que tuvo en Suiza. Para colmo se lesionó, debiendo esperar un buen tiempo para demostrar sus condiciones. En la primera temporada sólo anotó nueve goles, cantidad muy mediocre comparada con sus antecedentes.

El segundo año fue distinto. No brilló, pero supo ganarse un puesto de titular y mostró que podía enfrentar a cualquiera sin amedrentarse. Volvió a mostrar la fuerza acostumbrada y, aunque se volvió a lesionar, despertó el interés de un club mucho más grande, el Real Madrid.



Su ascendente carrera y las buenas actuaciones que cumplió en el Sevilla despertaron el interés de Benito Floro, el técnico merengue. Iván llegó a Madrid en 1992 como la solución al problema de finiquito que tenia el club más importante de la capital hispana. El recuerdo vigente del mexicano Hugo Sánchez amenazaba con subirse en su espalda y acompañarlo en todo momento

Los merengues pagaron cinco millones de dólares por el chileno, que firmó un contrato por cuatro años y cumplió, por fin, su sueño de llegar a la cima del fútbol mundial, tal como había apostado su padre mientras vivía.

El 7 de agosto de ese año debutó con su nueva camiseta en un amistoso ante el Hércules, en Alicante. El Real ganó 2-1 y el chileno marcó uno de los goles. Esa fue su carta de presentación.

Goles al por mayor, en todas las canchas, ante todos los rivales. Zamorano convirtió 26 veces en su primer año y deslumbró a la siempre exigente afición capitalina.

Contraste absoluto. Su segunda temporada fue discreta, bajísima, como si un maleficio se hubiese apoderado de su olfato goleador, como si una espesa neblina le quitase de la vista su compañero inseparable, el arco. Iván pasó por una sequía goleadora casi absoluta y estuvo varios meses sin anotar. En ese tiempo los hinchas le regalaban toda clase de amuletos para romper el embrujo, pero nada resultaba. Al término de la temporada volvió a dar con la portería, contra el Sevilla.

La mala campaña del equipo provocó la salida del técnico Benito Floro, que fue reemplazado interinamente por Vicente del Bosque. Por eso los directivos decidieron dar un golpe de timón, un giro violento pero poco sorpresivo. La banca del equipo fue entregada al argentino Jorge Valdano.

El trasandino, amparado en la mala temporada del chileno, decidió borrarlo del mapa. Declaró ante la prensa que Iván era el quinto extranjero y que no lo tenía en sus planes.

Apareció otra vez el guerrero, ese que lleva en la sangre el orgullo y en la frente un arma privilegiada. Esa temporada el jugador se convirtió en el goleador (28 tantos) del campeonato, liderando a su equipo en la conquista del título de liga.

El momento más importante fue en junio de 1995. El Real Madrid enfrentaba al Deportivo de La Coruña. Un triunfo lo proclamaba campeón pero el gol de la victoria no aparecía. Hasta que apareció el Pichichi, Iván Zamorano, que sacó un derechazo soberbio y devolvió la corona a Madrid.

Había expectación. Todo Chile estaba frente a la pantalla, tal como si la Roja hubiese jugado una final del mundo. Pero no había rojos, eran merengues, once jugadores de casaquilla blanca que luchaban por poner su nombre en las gloriosas vitrinas del Real Madrid.

El rival era el Deportivo de la Coruña, el mismo donde brillaban jugadores como el brasileño Bebeto, Donato o el central Djukic. Era el otro aspirante a la corona, el que debía hacer todo lo posible para que las graderías del Santiago Bernabeu no estallaran.

El partido fue parejo. Tanto, que a medida que avanzaban los minutos los hinchas blancos se sumieron en el más profundo silencio. Abrieron la cuenta a los 38 por medio de José Emilio Amavisca, pero Bebeto igualó las cosas a los 68.

El panorama no era auspicioso. Mientras los compañeros de Iván se quedaban sin ideas para dar vuelta el resultado, la presencia del goleador brasileño bastaba para que el peligro rondara su arco. El reloj no aportaba mucho, parecía avanzar más rápido que nunca. Los gritos y olés dieron paso a las pifias.

De pronto llegó el momento mágico, ese que todos los chilenos esperaban al otro lado del Atlántico. Iban 85 minutos, Amavisca avanza por la izquierda y saca un envío largo buscando al chileno. El tiempo pareció congelarse y la pelota avanzó en cámara lenta hacia el atacante chileno. Ahí apareció la magia.

Zamorano le puso el pecho... la pelota se le escapó un par de metros... .justo cuando todos creían que la opción se perdería, entonces sacó un derechazo tremendo, potente, con toda su fuerza y con la de los chilenos que querían corear su nombre. Parecieron minutos, horas enteras, los segundos que demoro esa pelota en terminar al fondo del arco. Nada pudo evitarlo, ni la mano del portero Liaño logró detener el grito del delantero nacional. Golazo.

Bam Bam se volvió loco, lo gritó con todo, se sacó la camiseta y le dedicó a su padre la conquista más importante de su vida. Los hinchas merengues pudieron gritar el título, ese trofeo que pertenece en parte a Zamorano, no sólo por ese tanto, sino por toda la campaña.

Campeón, goleador de la liga española, ídolo mundial.... y era un chileno, uno que nació en Maipú, que conoció el los extremos del desierto, pero que esperó paciente el minuto de mirar al cielo y agradecerle al recuerdo de su padre el hecho de haberlo motivado para ser futbolista. Ese día, todo Chile fue Merengue.
El Helicóptero, como lo apodaron en España por su capacidad para suspenderse en el aire antes de cabecear, ganó con el Real Madrid una Copa del Rey, una Súpercopa española y una liga española. Fue el "pichichi" (máximo goleador de la liga) en la temporada 94-95, con 28 tantos, y recibió dos veces el trofeo EFE, premio al Mejor Jugador Iberoamericano.

Su cuarto año con la camiseta merengue fue regular. Anotó 12 goles y ante el término de su contrato decidió probar suerte en otras tierras. Todavía le quedaba un sueño, jugar en Italia. El Inter de Milán se llevó sus goles.



Cuando Iván se reunió por primera vez con los dirigentes del Inter tenía preparada una pequeña sorpresa. Ante la mirada orgullosa de Massimo Moratti y compañía, el jugador se comunicó en italiano, precario, pero italiano.



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Zamorano demostró ser uno de los grandes, no sólo como futbolista. Se hizo el tiempo para atender con paciencia a cada uno de los medios que cubrió su presentación. Ese detalle, sumado al anterior, permitió iniciar la relación entre el delantero y la prensa local con mayor soltura.

A todos les llamó la atención el desplante y simpatía de Zamorano. Además de manejarse muy bien ante los medios, demostró una sencillez a toda prueba.

Con la mirada altiva y la confianza de los ganadores comenzó a trabajar con su nuevo equipo. No fue sencillo adaptarse, porque el fútbol romántico de España dista mucho del italiano, donde la táctica domina y la primera tarea es defender.

La nueva etapa no fue fructífera en cuanto a goles. De hecho, la primera temporada sólo marcó siete. Sin embargo, el despliegue físico, el amor propio y la entrega del chileno no pasaron inadvertidas para los hinchas.

Poco a poco, gota a gota, Iván fue ganándose un rincón en el corazón de los fanáticos, a pesar del discreto rendimiento del equipo. Es que la presencia del chileno les aseguraba una cosa que también se premia con aplausos, el espíritu de lucha. Había un verdadero guerrero dentro de la cancha, un hombre dispuesto a entregarlo todo por esa camiseta.

La llegada de Ronaldo, la temporada siguiente, amenazó con eclipsarlo definitivamente. Lo hizo en parte, pero no lo borró del mapa, sólo lo ubicó en un escalafón distinto. Zamorano no era el goleador del equipo ni la máxima estrella, era el caudillo, el fogonero, el que no daba nunca una pelota por perdida.

Lo único que el delantero chileno debió relegar ante el brasileño fue su número de la suerte, ese que siempre llevó en la espalda como amuleto y que parecía ayudarlo a suspenderse en el aire para cabecear, el 9. Se lo entregó, en cierto sentido, porque encontró la forma de seguir usándolo. Inspirado en una idea del propio presidente del club, usó el 1+8.

Claro que también hubo festejos. Iván Zamorano y Ronaldo fueron los responsables directos del último título ganado por el Inter. Se trató de la Copa UEFA, en cuya final derrotaron a la Lazio por 3-0, con un tanto del chileno y dos del brasileño.



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Otro país, otra realidad y otros horizontes, pero la misma facilidad para ganarse el cariño de la gente, para hacerse un lugar entre los afectos de los amantes del fútbol, para ubicar el nombre de Chile no solo en la cima, sino en la boca de todo el mundo.


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Iván dejó Italia con la frente alta. Partió de vuelta con la tranquilidad de quienes lo dejaron todo y no pueden ser reprochados. Nuevamente hizo sus maletas y partió hacia México para seguir cosechando historias, siempre con la idea de sumar elogios y plasmar la huella imborrable de los goles. América a la vista.




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En 1997 y 1998, mientras todavía permanecía en el Inter, viajó constantemente hacia Chile para disputar con la Roja las eliminatorias para el Mundial de Francia. Fue el goleador de esa serie y uno de los principales responsables de la clasificación.

Romance de larga data. Todo comenzó en 1987, cuando anotó su primer gol en un amistoso contra Perú, en Lima. Ese año formó parte del plantel que disputó la Copa América. Siguió luego en 1989, al anotar el primero oficial, esta vez por las eliminatorias para Italia 90.

La Roja de Chile. Mundial Francia 98

La gran tarea comenzó una fría noche de julio, en 1996, en la segunda fecha de las eliminatorias para Francia 98. El rojo intenso, los nervios, la ilusión y la lluvia, una despiadada lluvia, fueron los ingredientes iniciales de un partido único, imborrable.


La Roja de Acosta salió a la cancha orgullosa de tanto apoyo. Al frente Ecuador, un equipo complicado pero ganable. Lo último se notó, porque los amarillos sucumbieron ante el despliegue de dos gigantes del área, Iván Zamorano y Marcelo Salas. Dos goles de Bam Bam y un 4-1 implacable, mágico.

El siguiente recuerdo es paradójico. Se trata de dos derrotas en tierras extrañas, ante Colombia y Perú. Chile perdió, pero Iván anotó la incertidumbre.

Llegó la gran jornada, la primera de Zamorano en el Monumental. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cada uno con su gracia, con un estilo diferente. Todos fueron parte de un sólo grito, el de la candidatura definitiva de Chile. Fueron cinco tantos emotivos, cinco estocadas profundas al pecho de Venezuela. Pedro Reyes sumó la sexta, casi como una reverencia al único dueño de esa noche de abril.




La gran tarea comenzó una fría noche de julio, en 1996, en la segunda fecha de las eliminatorias para Francia 98. El rojo intenso, los nervios, la ilusión y la lluvia, una despiadada lluvia, fueron los ingredientes iniciales de un partido único, imborrable.


La Roja de Acosta salió a la cancha orgullosa de tanto apoyo. Al frente Ecuador, un equipo complicado pero ganable. Lo último se notó, porque los amarillos sucumbieron ante el despliegue de dos gigantes del área, Iván Zamorano y Marcelo Salas. Dos goles de Bam Bam y un 4-1 implacable, mágico.

El siguiente recuerdo es paradójico. Se trata de dos derrotas en tierras extrañas, ante Colombia y Perú. Chile perdió, pero Iván anotó la incertidumbre.

Llegó la gran jornada, la primera de Zamorano en el Monumental. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cada uno con su gracia, con un estilo diferente. Todos fueron parte de un sólo grito, el de la candidatura definitiva de Chile. Fueron cinco tantos emotivos, cinco estocadas profundas al pecho de Venezuela. Pedro Reyes sumó la sexta, casi como una reverencia al único dueño de esa noche de abril.

Llegó la hora de revertir la historia. Luego de unas eliminatorias interminables la Roja logró clasificar a la cita máxima del fútbol mundial. Por eso había tanta expectación.

Chile debutó ante Italia en Bordeaux. Una impresionante marea roja se apropió del Parc Lescure. Miles de banderas al viento esperaron al equipo que dirigía Nelson Acosta.

El himno nacional fue coreado por una multitud emocionada. Iván no sólo lo cantó, lo gritó con orgullo. Después lo otro, lo conocido, la entrega del guerrero, la fuerza del incansable, el despliegue de quién quiere llevarse al mundo por delante.

El Mundial fue mezquino. Lo miró correr, pero se negó a regalarle goles. Cuatro presentaciones, tantos ajenos. No importó, porque fue el caudillo, el fogonero, el capitán de un barco que logró mantenerse a flote en ese mar llamado Mundial, por primera vez en el extranjero.

Francia 98 fue la unión definitiva entre dos imágenes, la del temible goleador y la de su país de origen. Chile


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En los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 la Roja alcanzó el tercer lugar y Zamorano fue el goleador.

La clasificación de la selección chilena a las olimpiadas fue un presagio. Como siempre le tocó lidiar en la fase previa con todos los monstruos sudamericanos, pero a diferencia de lo que ocurre siempre salió con los brazos en alto, incluyendo una goleada sobre Uruguay y una dramática victoria sobre Argentina.

Luego vino la incertidumbre. El técnico de la época, Nelson Acosta, demoró meses en dar a conocer el nombre de los tres jugadores adultos que se integrarían al equipo, que por obligación era Sub 21.

Chile partió hacia Australia con las maletas cargadas de ilusiones juveniles. Al talento y las ganas de jugadores como David Pizarro y Pablo Contreras se sumó la experiencia consumada de tres mundialistas, de Iván Zamorano, Nelson Tapia y Pedro Reyes.


Pronto llegó el debut. Fue necesario madrugar para presenciar desde lejos la primera gran alegría olímpica. Tres goles de Zamorano, la gran figura del equipo, y uno de Navia sepultaron a Marruecos, que con suerte pudo descontar en una oportunidad.

Después llegó la prueba de fuego, España. Si antes el equipo había mostrado contundencia, ahora supo manejar el partido con certeza. Defendió con todo cuando fue necesario y esperó el momento preciso para golpear al rival. Olarra abrió la cuenta de cabeza. Luego Navia, con dos golazos, sentenció el 3 a 1 final y logró inscribir a la Roja en la otra fase.

La derrota ante Corea del Sur, el mismo equipo que terminó cuarto en el Mundial 2002, no alcanzó para darle paso a las dudas. Sólo se jugó por compromiso.

Comenzó entonces el siguiente desafío, matar o morir. Nigeria apareció en el camino de la Roja con pergaminos de sobra, entre otros ser el campeón de los últimos Juegos Olímpicos. No hubo susto, menos respeto. Las despiadadas gambetas de David Pizarro, los desbordes de Rodrigo Tello y la jerarquía de los dos atacantes, terminaron con los africanos pidiendo perdón.

Abrió el marcador Pablo Contreras con un cabezazo. Zamorano aumentó y Navia definió con un globito entre los pájaros para anotar el tercero. Tello, tras una lucida jugada personal por la izquierda, estableció el 4 a 1 definitivo. A esas alturas, pensar en una medalla no era utópico.

En semifinales se debió enfrentar a Camerún, que todavía no olvidaba la eliminación de Francia 98. Chile salió a jugar sus cartas, buscó por todos los medios y pareció tocar el cielo a pocos minutos del final cuando abrió la cuenta por medio de Sebastián González.

Faltaba tan poco que todos comenzaron a pensar en la final. Error, el destino les tenía reservado uno de esos típicos jueguitos de último minuto. Chile se derrumbó entre los nervios y no soportó la presión, cayendo por 2 a 1 en el epílogo. Hubo lágrimas de impotencia.

Chile jugó el tercer puesto ante Estados Unidos. Fue otra jornada brillante del capitán, Iván Zamorano. El delantero anotó los dos goles del triunfo, el primero de penal y el otro tras una brillante jugada colectiva ente Tello y Maldonado. Bam Bam fue el caudillo, el que marcó el camino, el que manejó las situaciones con su experiencia y ayudó con sus tantos, hasta convertirse en el goleador del torneo con 6 anotaciones.

La Roja subió al podio y coronó su esfuerzo con la medalla de bronce. Camerún derrotó a España en la final por penales, luego de igualar a dos tantos en los 120 minutos disputados.



Iván llegó a México como una estrella. En estricto rigor eso era, un jugador proveniente de Europa, un triunfador que desparramó sus goles por las canchas del mundo y que sumó copas en todas sus estaciones.

Debutó el 14 de enero de 2001, ante el Santos. Demoró 90 minutos en ganarse a cada uno de los hinchas que repletaron el estadio azteca. Lo hizo como siempre, con goles. Zamorano anotó tres en el 5-1 para su equipo y desató la locura.

Sin equivocarse, no fue un paseo. Con la misma facilidad con que la prensa lo alabó sin límites lo destruyó apenas se peleó con las redes. Después del brillante estreno sumó tres partidos sin anotar y pasó de salvador a veterano.

El delantero demostró en la cancha que no estaba acabado. Junto a dos compatriotas, Fabián Estay y Ricardo Rojas, fue ganándose el respeto del medio y se transformó, cuando no, en caudillo y referente. Una vez más pareció el guerrero, el hombre que desafía al destino y que no claudica ante las dificultades. Fuerza y corazón, las mismas virtudes que lo hicieron grande, esa fue su receta.

En el primer torneo anotó 9 tantos. Repitió la misma cantidad en el segundo, pero tampoco logró el verdadero desafío, levantar la copa con las águilas luego de doce años de sequía.

Lesiones más, problemas menos, el chileno siguió imperturbable el camino de sus propias convicciones. No jugó mucho, pero siempre exigió un lugar entre los ídolos locales.


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Hombre de palabra y goles definitorios, mucho más que un vendedor de ilusiones. El 26 de mayo de 2001 anotó un tanto en la victoria sobre el Necaxa y conquistó el título del Torneo de Verano. Además jugó por primera vez la Copa Libertadores, aunque no pudo ganarla.

Palabras son palabras. Llegó el momento de mirar al sur y pensar en el cielo. La promesa estaba escrita, un día perdido en el pasado había sellado el trato con su padre, Luis, de vestir la camiseta de Colo Colo antes del retiro.

Llegó la hora de cumplir, de pagar esa deuda emocional y darse un gusto después de tanto sacrificio. Otra vez fue tiempo de maletas, pero ahora definitivas. El estadio Monumental le abrió sus puertas y México lo dejó partir agradecido.

Zamorano dice haber heredado el espíritu de lucha de su padre. Recuerda con los ojos brillantes a ese hombre esforzado que no pudo ser testigo de su historia deportiva. Don Luis nunca dudó de que su hijo llegaría a ser un gran futbolista y soñaba despierto con verlo vestido de blanco.

No se pudo, por lo menos en primera instancia. El destino lo llevó a El Salvador y luego el desierto entregó sus goles a Europa. Fueron buenos tiempos, pero nada era suficiente. Ningún título, ni un centenar de goles podían hacer olvidar la deuda.

Por eso volvió. Un día de diciembre apareció por los pasillos del Monumental y estampó su firma con orgullo. "Es un día muy especial no sólo como jugador, sino como ser humano. Es un sueño que se cumple. Mi padre me iluminó para jugar 15 años en el extranjero, y ahora me ayudó para llegar al club de mis amores. Es uno de los días más felices de mi vida". Así lo definió.

Iván se puso la 9, el mismo número que lo acompañó por las canchas del mundo. Trabajó como si la vida se le fuese en el intento, superó una vieja lesión y se vistió de blanco, de blanco profundo.

Debutó el 1 de febrero de 2003, jugó unos minutos en la derrota de su nuevo equipo ante Universidad de Chile por 3-0 en Temuco. Después vinieron los goles, los dos primeros anotados frente a Audax Italiano en la victoria por 6-4, en la primera fecha del Apertura.

Iván Zamorano terminó en el amistoso contra Francia el vínculo con el amor de su vida, la camiseta de Chile.



Campeonatos Nacionales
• Cobresal - (Chile) - 1987 (Copa Chile)
• Real Madrid - (España) - 1993 (Copa del Rey)
• Real Madrid - (España) - 1993 (Supercopa española)
• Real Madrid - (España) - 1995
• Club América - (México) - 2002

Copas Internacionales
• Inter de Milán - (Italia) - 1998 (Copa UEFA)

Distinciones Individuales
• Máximo goleador de segunda división de la Liga chilena - 1987
• Máximo goleador de la Liga suiza - 1989
• Pichichi de la Liga española - 1995
• Embajador de la UNICEF - 1998
• Máximo goleador de los Juegos Olímpicos - 2000
• Goleador de Liga Mexicana de Fútbol con América - 2002
• Galardonado como uno de los FIFA 100 - 2004
• Embajador del año de Hans Christian Andersen - 2004
• Uno de los mejores Jugadores Suramericanos del Siglo (según la IFFHS)-2007

Participaciones en Copas del Mundo
• Copa Mundial de Fútbol de 1998 - (Chile) - 1998


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"En Febrero, Santiago se llenará de colores" Iván Zamorano Zamora, por el nuevo sistema de transporte de Santiago de Chile

 
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